El profesor Andrew A. King, de la Tuck School of Business del Dartmouth College, que habitualmente realiza investigaciones sobre sostenibilidad y estrategia, ha publicado un provocador ensayo sobre el valor de las opiniones de los expertos. Su tesis central es que haríamos bien en pensar de forma crítica acerca de las afirmaciones de aquellos cuyas opiniones parecen incontestables.
Los análisis de los expertos condicionan totalmente las decisiones que tomamos como directivos en nuestro día a día. Como señala King, no podemos ver los glóbulos rojos, pero confiamos en los científicos que nos dicen que existen y en los doctores en medicina que nos encargan analíticas para recontarlos. Sospechamos que hay sesgos cognitivos que afectan a nuestras decisiones, pero no porque hayamos hecho nuestros propios estudios, sino porque así nos lo explican los científicos sociales que han hecho los experimentos. Buena parte de nuestro conocimiento procede del testimonio de científicos, profesores y autores de publicaciones.
Sin embargo, al mismo tiempo, vivimos en un mundo en el que cada día las antiguas certezas de algún científico quedan desacreditadas por nuevos análisis. Antiguas dietas para adelgazar que ayer fueron defendidas por los nutricionistas, hoy son vistas con horror. Prácticas de gestión que hace unos años hubieran sido ridiculizadas, ahora son el no va más.
Entonces, ¿qué actitud debemos tomar ante los nuevos consejos que nos llegan de académicos y consultores? Los filósofos de la ciencia nos dirán que lo mejor es confiar en lo que oigamos procedente de personas con buenas credenciales y que nos parezcan competentes y sinceras. Pero el profesor King nos anima a ir un poco más lejos, a analizar nosotros mismos de forma crítica todo aquello que oigamos o leamos. Y, para hacerlo de ese modo, nos ofrece una serie de recomendaciones.
Atreverse a dudar
La primera recomendación es atreverse a dudar. Los gobiernos europeos optaron en 2008 por políticas de austeridad en buena medida por las estimaciones de los reconocidos economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que apuntaban a que una deuda elevada causaría un fuerte decrecimiento económico; y sin embargo, poco después, el estudiante de grado Thomas Herndon descubrió que esa recomendación se basaba en un simple error de fórmula en una hoja Excel. Los expertos se equivocan continuamente, especialmente cuando el problema es complejo y los análisis requeridos son complicados. Según los estudios de King, aproximadamente el 20% de las investigaciones sobre gestión empresarial están basadas en datos poco fiables. Así pues, no pasa nada por cuestionar el análisis de los expertos.
Diferenciar explicaciones de predicciones
En segundo lugar, debemos distinguir entre explicaciones y predicciones. Mucho de lo que se publica no son más que intentos de explicar patrones que emergen de los datos disponibles. Afirmaciones como “las compañías que se centran en su negocio y no diversifican son las que tienen éxito”, son meras conjeturas. Eso sí, las conjeturas son necesarias para el avance de la ciencia. Pero a veces los científicos se convencen a si mismos de la veracidad de una determinada explicación y saltan prematuramente a las conclusiones. Para asegurarnos de que nuestras teorías tienen capacidad predictiva, deben ser contrastadas con nueva información. Cuando un experto vincula una determinada causa a un supuesto efecto, preguntémosle si es su explicación de lo que ha pasado o si ya es una teoría capaz de predecir el futuro.
Cuestionar las asunciones
También es necesario cuestionar las asunciones. Analizar datos empíricos habitualmente requiere establecer ciertos presupuestos. Cuando no se pueden realizar experimentos de laboratorio, estos supuestos previos tienen gran influencia en los resultados. Es esencial poner de manifiesto cuales son las asunciones en las que se han basado los expertos.
Buscar explicaciones alternativas
Así mismo, King nos anima a buscar explicaciones alternativas para cada posible conclusión, y preguntarnos porqué cada una de ellas no es una mejor respuesta. Para identificar causas y efectos los científicos deben intentar falsar diversas explicaciones. Pero cuando uno se enamora de una explicación, es fácil que se esfuerce poco en demostrar que es incorrecta. Preguntar al experto por los motivos que le han llevado a descartar otras teorías es una práctica muy saludable para alcanzar la verdad.
Verificar la importancia material de los resultados
Otra práctica recomendable es preguntarnos acerca de la importancia materialde los resultados obtenidos. El concepto de “significancia estadística” mide la posibilidad de que unos resultados no sean más que fruto del azar, y no el efecto de una determinada causa. Pero que un resultado sea estadísticamente significativo no implica que sea verdadero, ni que la ausencia de significancia estadística implica que algo sea falso. Y, además, para complicar más las cosas, la significancia estadística tampoco se debe confundir con importancia. Hay diferencias estadísticamente significativas que no tienen la menor importancia para comprender la realidad.
Prudencia ante la extrapolación
Del mismo modo, es sensato evitar aplicar los resultados de un estudio en particular a un contexto diferente. La población y la muestra son muy importantes, y extrapolar las conclusiones de una investigación es una de las maneras más fáciles de equivocarse.
Fijarse en la robustez de los análisis es también una práctica recomendable. Se considera que unos resultados son robustos cuando diferentes estudios, con diferentes muestras y en entornos distintos, proporcionan los mismos resultados. Por ejemplo, los estudios que analizan la relación entre el crimen y la posesión de armas ofrecen resultados francamente contradictorios. En cambio, las investigaciones acerca de la importancia de los clusters industriales se ven confirmadas en distintos países y sectores.
Evitar el lenguaje de la certeza
Finalmente, el profesor King nos anima a evitar siempre que sea posible el lenguaje de la certeza. El ser humano tiende a percibir patrones, incluso cuando estos no existen. Hemos creído ver canales en la superficie de Marte, caras en la Luna o perfiles de personas en las laderas de las montañas. Los humanos queremos creer que sabemos cosas cuando, como mucho, podemos sospechar posibilidades. Y lo que es peor, la gente repite las supuestas certezas expresadas por un experto, y con cada repetición la exageración aumenta. Sería mejor emplear menos el verbo saber y utilizar más sospechar o sugerir.
Cuando Richard Feynman dijo “La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos” no estaba despreciando a los científicos, sino recordándonos que todos nosotros podemos contribuir al avance de la ciencia. Sea cual sea nuestro rol, siempre podemos cuestionar nuestras inferencias, pensar de forma críticaacerca de las evidencias y los argumentos que nos plantean, y admitir nuestra propia falibilidad cuando proferimos nuestras propias conclusiones. Eso sí, Andrew A. King, en su ensayo, nos anima a analizar críticamente sus propias recomendaciones y a pensar por nosotros mismos sobre este mismo tema.